Deseos de Venganza
Capítulo I
-¡Vaya jefe, esto sí que está bueno!- Dijo Eugenia admirando el aparato que Claudia acababa de destapar.
- Sí, en verdad me siento muy satisfecha con él. Tengo muchos planes para darle un buen uso.-
-¿A qué se refiere, jefe?- Florencia, su otra asistente le preguntó, mientras daba vueltas alrededor del potro de tormentos, y lo acariciaba como si fuese una joya.
- Tengo algunas cuentas pendientes que quiero cobrarme.- Dijo Claudia con una sonrisa. – Y ustedes me ayudarán a hacerlo. Les prometo que se divertirán tanto como yo.- Acotó la mujer de cabello castaño claro, ojos verdes, y de 110 cm.
La primera de las asistentes, Eugenia de 22 años, cabello negro largo hasta los hombros, y grandes tetas (100 cm.) también, no tenía plena seguridad de cómo se utilizaba dicho aparato. Tenía alguna idea, pero no se animaba a expresar sus dudas al respecto.
En cambio Florencia, de 24 años, cabello castaño oscuro largo hasta la mitad de la espalda, ojos verde oscuro, y unos pechos grandes pero menores comparados con los de las otras dos, sabía muy bien como darle uso.
-¿Quién será la víctima Claudia? ¿Hombre o mujer?- Preguntó Florencia.
- Será una mujer. La hija de una antigua rival, a quien quiero castigar.
-¿Y por qué la hija, y no ella misma, jefe?- Preguntó con curiosidad Eugenia.
- Porque creo que será más divertido un poco de carne joven. Además será más fácil de atrapar, y conseguir un buen rescate al mismo tiempo.- Exclamó con mucha seguridad Claudia.
-¿Para qué se utiliza realmente esta cosa, chicas?- Finalmente Eugenia se animó a preguntar.
Claudia y Florencia la miraron fijamente. La chica no era muy brillante, pero se esforzaba en cumplir sus tareas, y eso la mantenía en su puesto.
-¿Sabes qué, Claudia?- Florencia habló primero. – Creo que deberíamos dejar que lo probara por sí misma, como para que tenga una idea más concreta de sus utilidades.
- Sí. Tienes razón.- Acordó Claudia con una sonrisa de malicia brillando en su rostro. -¡Quítate la ropa, y súbete en él!- Ordenó la jefe.
-¿Por qué tengo que quitarme la ropa?- Otra vez incrédula, preguntó Eugenia.
- Las sensaciones serán más concretas si lo haces. Aprenderás mucho, y luego podrás aplicarlo cuando llegue el momento.- Dijo Claudia en tono didáctico.
Eugenia empezó a desvestirse. Se quedó solo con su ropa interior, y con algo de dificultad se trepó en el potro y se estiró sobre él.
Al tiempo en que Claudia le ataba las muñecas, Florencia le ataba los tobillos al otro extremo.
- Bueno, es más o menos lo que me imaginé. Una vez que la persona está puesta de esta manera, creo que se acostumbraba a estirarla. ¿Verdad?- Dijo Eugenia, pensando que con eso quedaría concluida la clase, y la dejarían bajar del potro.
- Así es.- Afirmó Claudia. – Una vez que el prisionero estaba estirado, se procedía a torturarlo. Solía estirárselo hasta el límite para hacer que sus articulaciones se desprendiesen. A veces, al mismo tiempo, se los quemaba con hierros al rojo vivo, o se los azotaba, o cosas por el estilo.- Explicó la mujer.
-¡Eso es algo terrible, jefe!- Dijo horrorizaba Eugenia.
- Sí, es cierto.- Agregó Florencia. – Si pretendes usar el potro para hacer algo así, te digo desde ya que no cuentes conmigo.- Afirmó con contundencia.
-¡Tranquilas chicas! Les dije que nos divertiríamos. Lastimar a alguien de esa forma no lo es.- Comentó Claudia para calmar a sus chicas.
-¿Y por qué hizo construir uno de estos?- Dijo Eugenia.
-¿De verdad quieres saberlo?- Preguntó Claudia al tiempo en que una sonrisa perversa empezaba a dibujarse en su rostro.
-¡Claro, jefe!- Respondió Eugenia.
- Yo también.- Añadió Florencia.
Claudia empezó a caminar hacia el otro extremo del potro, y mientras lo hacia preguntó:
-¿Tienes cosquillas Eugenia?-
-¿Qué?- Dijo la chica.
- Te pregunté si tienes cosquillas.- Repitió Claudia ya parada en el extremo en donde los pies de Eugenia estaban atrapados, mirándola a la cara.
En ese momento Eugenia deseó haber mantenido la boca cerrada. Realmente era muy cosquillosa. Y por esa razón, le habían estado haciendo cosquillas toda la vida, hasta que cumplió los 19 años, comenzó a trabajar, y desarrolló su propia vida con nuevas amistades. Ahora, se encontraba otra vez en el mismo predicamento. Pero al menos esta vez, era para probar el potro, o al menos eso parecía. Sería terrible que a su jefa le gustara hacerle cosquillas a la gente. Si descubría lo sensible que era, sobre todo en los pies, tendría que buscar otro trabajo, y en este le pagaban muy bien.
- Sí, Claudia. Tengo muchas cosquillas, y la verdad es que no me gusta nada que me hagan cosquillas. Me vuelven loca.- Dijo Eugenia con una mirada conmovedora, que por supuesto, Claudia ignoró.
-¡Oh... ya entiendo!- Exclamó Florencia. – De eso se trata. Vamos a atrapar a esa chica. La pondremos en el potro, y le haremos cosquillas. ¿Pero con qué objetivo, Claudia? Esa parte todavía no me queda clara.- Comentó Florencia.
- Eso se los contaré más tarde. Ahora veamos cuanto resiste este aparato, o cuanto resiste Eugenia.- Dijo Claudia mirando a su asistente con una plena sonrisa en el rostro.
Florencia sonreía con malicia también, y estaba a la espera de la orden de su jefe para comenzar.
Claudia deslizó suavemente las yemas de sus dedos sobre las plantas de los pies de Eugenia. La chica se estremeció.
-¡Aaghh! ¡No!- Exclamó Eugenia intentando aguantar su necesidad de reír.
Claudia usó sus uñas para rascar la piel, haciéndole cosquillas en las plantas de los pies con mayor rapidez. Eugenia se retorció, pero siguió conteniendo la risa.
-¡Ay no, hummmm jefe no!-
Claudia empezó a atormentar la base de los dedos de los pies de la chica. En ese momento ya casi no podía contenerse. Claudia habló.
- Florencia, por favor, ¿quisieras ayudarme? Hazle cosquillas en las axilas mientras yo me encargo de sus lindos pies?-
-¡Por supuesto, que quiero!- Exclamó la asistente con el deseo de experimentar algo que no había tenido en cuenta antes.
Hundió sus uñas largas en los huecos de las axilas de Eugenia. La chica se retorció tan violentamente como las restricciones del potro se lo permitieron.
-¡Aayyy! ¡No chicas, no! ¡Ya está bien! ¡Arghh, arghhhh!- Gritó, aún tratando de no reír. Tenía la idea de que si no se reía, Claudia dejaría de torturarla, pero descubriría que esa no era la intención de la mujer.
-¡Vamos pequeña, ríe! No nos vamos a ir sin oírte reír. ¡Dale esa satisfacción a tu jefa!- Dijo Claudia casi como una orden.
Florencia no prestaba atención al diálogo, solo estaba interesada en conseguir que la chica estallara en risas, pero no estaba obteniendo mejores resultados que Claudia, y decidió disminuir la presión de sus dedos, para deslizar sus uñas con la mayor delicadeza posible.
Al mismo tiempo en que Florencia cambiaba de táctica, Claudia lo hacia también. Y funcionó. Eugenia, no pudo contenerse más, y lo que en un primer momento fue una risa simple, rápidamente se transformó en una carcajada fuera de control.
-¡HAHAHHAAAAHHAHAHAHHA! ¡NO! ¡NO CHICAS HAHAHHAHAHAHAH NO POR HAHHAHAHAHAHAHAHAHHAHAHAHA FAVOR! ¡SON DEMASIADAS COSQUILLAS HAHAHHAHAHAHAA PARA MÍ!- Exclamó Eugenia riendo a los gritos.
Las sonrisas de las mujeres fueron de completa satisfacción.
- Ves, reír tan difícil, ¿eh?- Preguntó Claudia son sorna, pero sin dejar de hacerle cosquillas en los pies. -¿No son divertidas las cosquillas chicas?-
-¡No hahahhahahahaha, no! ¡Basta por favor hahahahhaha ahahhah ahahhaha!-
- Sí, hacer cosquillas es divertido, jefa. Como de costumbre, siempre tienes razón. ¿Cómo se te ocurrió esto?- Dijo Florencia plenamente convencida de sus palabras.
Claudia no respondió, simplemente se mantuvo deslizando sus dedos sobre las tiernas plantas de los pies de su asistente.
-¡Hahahaha hahahahaha ahahhahahaha! ¡Jefa hahahahahah! ¡No hahahah por favor ahahahahahaha ya basta ahahhahah! ¡Claudia hahahahahah! ¡No hahahahah no!-
Mientras Eugenia pedía clemencia, Florencia se divertía explorando la sensibilidad de sus axilas. Quería probar más piel, pero se resistía a abandonar una zona que había demostrado ser tan sensible. Empezó a deslizar sus manos hacia las costillas de su compañera, y su estremecimiento le decía que iba por buen camino.
- Muy bien. Creo que ya hemos probado lo suficiente, detente Flor. Saquémosla de aquí antes de que se desmaye, o se orine encima, no quiero que ensucie el potro.-
A regañadientes, Florencia aceptó la orden echándole una mirada de furia a su jefa, que ésta no notó. Si fuese por ella, hubiera seguido torturando a Eugenia un rato más. Solo había atacado sus axilas, y apenas probado sus costillas. Deseaba explorar más piel. Pero se conformaba con la posibilidad de hacerle cosquillas a la víctima que estaba en los planes de Claudia. Todavía no sabía quien sería, pero lo que sí sabía, era que iban a hacerle cosquillas, para eso estaba ahí el potro de tormentos. En lo que se refería a Eugenia, la atraparía ante cualquier oportunidad.
Capítulo II
La joven de 20 años llamada Romina, caminaba sin preocupaciones por la Avenida Santa Fe mirando vidrieras. Su cuerpo delgado y sinuoso, atraía las miradas de muchos de los hombres que circulaban cerca de ella. Con el cabello castaño largo hasta la mitad de la espalda, preciosos y enormes ojos color miel, la piel extremadamente blanca, lucía como un bocado apetecible para cualquiera.
La chica era la hija de una mujer de 42 años llamada Beatriz, quien era la propietaria de una empresa de programación. En la lucha por nuevos contratos, una mejor propuesta, había quitado a Claudia del camino, y esa era el motivo de la venganza de esta. Su intención era capturar a Romina, no tanto por el pedido de rescate, sino más que nada para poder dar rienda y descargar toda su pasión por las cosquillas en la chica, matando dos pájaros de un tiro.
Mientras observaba la vidriera de una tienda de ropa interior, una joven de rostro amable se le aproximó.
-¿Me puedes decir la hora?- Le preguntó.
- Claro, es la una y cuarenta.- Contestó Romina con una sonrisa.
En ese momento, desde atrás, Florencia quien era la más fuerte del grupo, puso un pañuelo empapado con cloroformo sobre la boca y nariz de Romina, al tiempo en la arrastraba hasta el auto que estaba estacionado junto al cordón de la vereda. Rápidamente, Eugenia la siguió, y el chofer de Claudia partió velozmente. Los vidrios polarizados del vehículo, impedían que cualquier transeúnte pudiera percatarse de lo que acontecía.
Después de unos veinte minutos de viaje, llegaron a una vieja casona en Villa del Parque, la cual era utilizada como reducto y vivienda de la pequeña pandilla.
- Todo ha resultado según lo planeado.- Florencia le dijo a Claudia.
- Bien. Déjenla en el sótano hasta que despierte, y yo me comunique con su madre. Nos divertiremos con ella mañana.- Ordenó Claudia.
Luego de esto, la jefa partió a una reunión de negocios formales. Las dos asistentes simplemente se sentaron a pasar el resto de la tarde viendo la televisión.
- Florencia.- Dijo Eugenia. –¿Claudia planea torturar con cosquillas a la chica que hemos secuestrado?-
- Sí.-
-¿Sabes por qué?- Volvió a preguntar.
- No lo sé con exactitud. Creo que tiene que ver con un contrato que perdió en manos de la madre de la muchacha. Y ahora quiere desquitarse.- Explicó Florencia. – Supongo que quiere una compensación económica por ello.-
- Sí puedo entender eso. ¿Pero por qué quiere torturarla? ¿Y por qué haciéndole cosquillas? ¿No es muy raro todo eso?- Preguntó Eugenia.
- Bueno... sí. En eso tienes razón. Pero a Claudia le gusta hacer cosquillas. Es como una especie de fetichismo o algo parecido. Y la verdad, que tener a alguien a tu merced, es bastante divertido.-
-¿Te parece?- Acotó Eugenia.
- Me divertí haciéndote cosquillas. Tanto que me quedé con ganas de hacerte más.- Dijo Florencia. -¿Cómo te sentiste tú?-
- A mí no me gustó nada. Es una sensación horrible. Siempre me hicieron cosquillas, pero nunca me había atado ni nada parecido.- Comentó Eugenia.
-¡Que interesante!- Dijo Florencia, terminando la conversación.
Mientras tanto, en las oficinas de Beatriz, la mujer recibía la nota confirmando el secuestro de su hija. No se pedía rescate, pero se mencionaba que el motivo era la venganza. También se hacía referencia al deseo de Claudia de torturar a su hija hasta el límite pero sin lastimarla, solamente haciéndole cosquillas.
Como madre, Beatriz sabía muy bien lo terriblemente cosquillosa que era Romina. No podía permitir que la torturaran de esa manera. Parte de la venganza de su rival sería mantener a Romina prisionera y padeciendo las cosquillas sin fin, pero no tenía seguridad que no fuese lastimada, o algo mucho peor. Con ese motivo, y sin querer recurrir a la policía para no agitar su mala relación con Claudia, decidió llamar a un grupo de investigadoras privadas. Tres mujeres que tenían gran prestigio en la resolución de temas como este, y cuyos servicios había contratado con anterioridad por otros asuntos.
Daniela, una hermosa rubia de ojos verdes. Cabello largo hasta los hombros, y un metro sesenta y cinco de estatura. Una mujer verdaderamente hermosa. Stella Maris, otra rubia pero de ojos marrones. Un metro sesenta de altura y buena figura, con encantadora sonrisa. Y Andrea, una pelirroja de cabello corto, también de ojos verdes, con piel pálida buenos pechos y una figura más que interesante, concurrieron a la cita con la empresaria.
Luego de compenetrarse con la situación, decidieron tomar el caso, y comenzaron con la búsqueda del paradero de Romina, siguiendo los pasos de Claudia.
Continuará... sí quieren.
Capítulo I
-¡Vaya jefe, esto sí que está bueno!- Dijo Eugenia admirando el aparato que Claudia acababa de destapar.
- Sí, en verdad me siento muy satisfecha con él. Tengo muchos planes para darle un buen uso.-
-¿A qué se refiere, jefe?- Florencia, su otra asistente le preguntó, mientras daba vueltas alrededor del potro de tormentos, y lo acariciaba como si fuese una joya.
- Tengo algunas cuentas pendientes que quiero cobrarme.- Dijo Claudia con una sonrisa. – Y ustedes me ayudarán a hacerlo. Les prometo que se divertirán tanto como yo.- Acotó la mujer de cabello castaño claro, ojos verdes, y de 110 cm.
La primera de las asistentes, Eugenia de 22 años, cabello negro largo hasta los hombros, y grandes tetas (100 cm.) también, no tenía plena seguridad de cómo se utilizaba dicho aparato. Tenía alguna idea, pero no se animaba a expresar sus dudas al respecto.
En cambio Florencia, de 24 años, cabello castaño oscuro largo hasta la mitad de la espalda, ojos verde oscuro, y unos pechos grandes pero menores comparados con los de las otras dos, sabía muy bien como darle uso.
-¿Quién será la víctima Claudia? ¿Hombre o mujer?- Preguntó Florencia.
- Será una mujer. La hija de una antigua rival, a quien quiero castigar.
-¿Y por qué la hija, y no ella misma, jefe?- Preguntó con curiosidad Eugenia.
- Porque creo que será más divertido un poco de carne joven. Además será más fácil de atrapar, y conseguir un buen rescate al mismo tiempo.- Exclamó con mucha seguridad Claudia.
-¿Para qué se utiliza realmente esta cosa, chicas?- Finalmente Eugenia se animó a preguntar.
Claudia y Florencia la miraron fijamente. La chica no era muy brillante, pero se esforzaba en cumplir sus tareas, y eso la mantenía en su puesto.
-¿Sabes qué, Claudia?- Florencia habló primero. – Creo que deberíamos dejar que lo probara por sí misma, como para que tenga una idea más concreta de sus utilidades.
- Sí. Tienes razón.- Acordó Claudia con una sonrisa de malicia brillando en su rostro. -¡Quítate la ropa, y súbete en él!- Ordenó la jefe.
-¿Por qué tengo que quitarme la ropa?- Otra vez incrédula, preguntó Eugenia.
- Las sensaciones serán más concretas si lo haces. Aprenderás mucho, y luego podrás aplicarlo cuando llegue el momento.- Dijo Claudia en tono didáctico.
Eugenia empezó a desvestirse. Se quedó solo con su ropa interior, y con algo de dificultad se trepó en el potro y se estiró sobre él.
Al tiempo en que Claudia le ataba las muñecas, Florencia le ataba los tobillos al otro extremo.
- Bueno, es más o menos lo que me imaginé. Una vez que la persona está puesta de esta manera, creo que se acostumbraba a estirarla. ¿Verdad?- Dijo Eugenia, pensando que con eso quedaría concluida la clase, y la dejarían bajar del potro.
- Así es.- Afirmó Claudia. – Una vez que el prisionero estaba estirado, se procedía a torturarlo. Solía estirárselo hasta el límite para hacer que sus articulaciones se desprendiesen. A veces, al mismo tiempo, se los quemaba con hierros al rojo vivo, o se los azotaba, o cosas por el estilo.- Explicó la mujer.
-¡Eso es algo terrible, jefe!- Dijo horrorizaba Eugenia.
- Sí, es cierto.- Agregó Florencia. – Si pretendes usar el potro para hacer algo así, te digo desde ya que no cuentes conmigo.- Afirmó con contundencia.
-¡Tranquilas chicas! Les dije que nos divertiríamos. Lastimar a alguien de esa forma no lo es.- Comentó Claudia para calmar a sus chicas.
-¿Y por qué hizo construir uno de estos?- Dijo Eugenia.
-¿De verdad quieres saberlo?- Preguntó Claudia al tiempo en que una sonrisa perversa empezaba a dibujarse en su rostro.
-¡Claro, jefe!- Respondió Eugenia.
- Yo también.- Añadió Florencia.
Claudia empezó a caminar hacia el otro extremo del potro, y mientras lo hacia preguntó:
-¿Tienes cosquillas Eugenia?-
-¿Qué?- Dijo la chica.
- Te pregunté si tienes cosquillas.- Repitió Claudia ya parada en el extremo en donde los pies de Eugenia estaban atrapados, mirándola a la cara.
En ese momento Eugenia deseó haber mantenido la boca cerrada. Realmente era muy cosquillosa. Y por esa razón, le habían estado haciendo cosquillas toda la vida, hasta que cumplió los 19 años, comenzó a trabajar, y desarrolló su propia vida con nuevas amistades. Ahora, se encontraba otra vez en el mismo predicamento. Pero al menos esta vez, era para probar el potro, o al menos eso parecía. Sería terrible que a su jefa le gustara hacerle cosquillas a la gente. Si descubría lo sensible que era, sobre todo en los pies, tendría que buscar otro trabajo, y en este le pagaban muy bien.
- Sí, Claudia. Tengo muchas cosquillas, y la verdad es que no me gusta nada que me hagan cosquillas. Me vuelven loca.- Dijo Eugenia con una mirada conmovedora, que por supuesto, Claudia ignoró.
-¡Oh... ya entiendo!- Exclamó Florencia. – De eso se trata. Vamos a atrapar a esa chica. La pondremos en el potro, y le haremos cosquillas. ¿Pero con qué objetivo, Claudia? Esa parte todavía no me queda clara.- Comentó Florencia.
- Eso se los contaré más tarde. Ahora veamos cuanto resiste este aparato, o cuanto resiste Eugenia.- Dijo Claudia mirando a su asistente con una plena sonrisa en el rostro.
Florencia sonreía con malicia también, y estaba a la espera de la orden de su jefe para comenzar.
Claudia deslizó suavemente las yemas de sus dedos sobre las plantas de los pies de Eugenia. La chica se estremeció.
-¡Aaghh! ¡No!- Exclamó Eugenia intentando aguantar su necesidad de reír.
Claudia usó sus uñas para rascar la piel, haciéndole cosquillas en las plantas de los pies con mayor rapidez. Eugenia se retorció, pero siguió conteniendo la risa.
-¡Ay no, hummmm jefe no!-
Claudia empezó a atormentar la base de los dedos de los pies de la chica. En ese momento ya casi no podía contenerse. Claudia habló.
- Florencia, por favor, ¿quisieras ayudarme? Hazle cosquillas en las axilas mientras yo me encargo de sus lindos pies?-
-¡Por supuesto, que quiero!- Exclamó la asistente con el deseo de experimentar algo que no había tenido en cuenta antes.
Hundió sus uñas largas en los huecos de las axilas de Eugenia. La chica se retorció tan violentamente como las restricciones del potro se lo permitieron.
-¡Aayyy! ¡No chicas, no! ¡Ya está bien! ¡Arghh, arghhhh!- Gritó, aún tratando de no reír. Tenía la idea de que si no se reía, Claudia dejaría de torturarla, pero descubriría que esa no era la intención de la mujer.
-¡Vamos pequeña, ríe! No nos vamos a ir sin oírte reír. ¡Dale esa satisfacción a tu jefa!- Dijo Claudia casi como una orden.
Florencia no prestaba atención al diálogo, solo estaba interesada en conseguir que la chica estallara en risas, pero no estaba obteniendo mejores resultados que Claudia, y decidió disminuir la presión de sus dedos, para deslizar sus uñas con la mayor delicadeza posible.
Al mismo tiempo en que Florencia cambiaba de táctica, Claudia lo hacia también. Y funcionó. Eugenia, no pudo contenerse más, y lo que en un primer momento fue una risa simple, rápidamente se transformó en una carcajada fuera de control.
-¡HAHAHHAAAAHHAHAHAHHA! ¡NO! ¡NO CHICAS HAHAHHAHAHAHAH NO POR HAHHAHAHAHAHAHAHAHHAHAHAHA FAVOR! ¡SON DEMASIADAS COSQUILLAS HAHAHHAHAHAHAA PARA MÍ!- Exclamó Eugenia riendo a los gritos.
Las sonrisas de las mujeres fueron de completa satisfacción.
- Ves, reír tan difícil, ¿eh?- Preguntó Claudia son sorna, pero sin dejar de hacerle cosquillas en los pies. -¿No son divertidas las cosquillas chicas?-
-¡No hahahhahahahaha, no! ¡Basta por favor hahahahhaha ahahhah ahahhaha!-
- Sí, hacer cosquillas es divertido, jefa. Como de costumbre, siempre tienes razón. ¿Cómo se te ocurrió esto?- Dijo Florencia plenamente convencida de sus palabras.
Claudia no respondió, simplemente se mantuvo deslizando sus dedos sobre las tiernas plantas de los pies de su asistente.
-¡Hahahaha hahahahaha ahahhahahaha! ¡Jefa hahahahahah! ¡No hahahah por favor ahahahahahaha ya basta ahahhahah! ¡Claudia hahahahahah! ¡No hahahahah no!-
Mientras Eugenia pedía clemencia, Florencia se divertía explorando la sensibilidad de sus axilas. Quería probar más piel, pero se resistía a abandonar una zona que había demostrado ser tan sensible. Empezó a deslizar sus manos hacia las costillas de su compañera, y su estremecimiento le decía que iba por buen camino.
- Muy bien. Creo que ya hemos probado lo suficiente, detente Flor. Saquémosla de aquí antes de que se desmaye, o se orine encima, no quiero que ensucie el potro.-
A regañadientes, Florencia aceptó la orden echándole una mirada de furia a su jefa, que ésta no notó. Si fuese por ella, hubiera seguido torturando a Eugenia un rato más. Solo había atacado sus axilas, y apenas probado sus costillas. Deseaba explorar más piel. Pero se conformaba con la posibilidad de hacerle cosquillas a la víctima que estaba en los planes de Claudia. Todavía no sabía quien sería, pero lo que sí sabía, era que iban a hacerle cosquillas, para eso estaba ahí el potro de tormentos. En lo que se refería a Eugenia, la atraparía ante cualquier oportunidad.
Capítulo II
La joven de 20 años llamada Romina, caminaba sin preocupaciones por la Avenida Santa Fe mirando vidrieras. Su cuerpo delgado y sinuoso, atraía las miradas de muchos de los hombres que circulaban cerca de ella. Con el cabello castaño largo hasta la mitad de la espalda, preciosos y enormes ojos color miel, la piel extremadamente blanca, lucía como un bocado apetecible para cualquiera.
La chica era la hija de una mujer de 42 años llamada Beatriz, quien era la propietaria de una empresa de programación. En la lucha por nuevos contratos, una mejor propuesta, había quitado a Claudia del camino, y esa era el motivo de la venganza de esta. Su intención era capturar a Romina, no tanto por el pedido de rescate, sino más que nada para poder dar rienda y descargar toda su pasión por las cosquillas en la chica, matando dos pájaros de un tiro.
Mientras observaba la vidriera de una tienda de ropa interior, una joven de rostro amable se le aproximó.
-¿Me puedes decir la hora?- Le preguntó.
- Claro, es la una y cuarenta.- Contestó Romina con una sonrisa.
En ese momento, desde atrás, Florencia quien era la más fuerte del grupo, puso un pañuelo empapado con cloroformo sobre la boca y nariz de Romina, al tiempo en la arrastraba hasta el auto que estaba estacionado junto al cordón de la vereda. Rápidamente, Eugenia la siguió, y el chofer de Claudia partió velozmente. Los vidrios polarizados del vehículo, impedían que cualquier transeúnte pudiera percatarse de lo que acontecía.
Después de unos veinte minutos de viaje, llegaron a una vieja casona en Villa del Parque, la cual era utilizada como reducto y vivienda de la pequeña pandilla.
- Todo ha resultado según lo planeado.- Florencia le dijo a Claudia.
- Bien. Déjenla en el sótano hasta que despierte, y yo me comunique con su madre. Nos divertiremos con ella mañana.- Ordenó Claudia.
Luego de esto, la jefa partió a una reunión de negocios formales. Las dos asistentes simplemente se sentaron a pasar el resto de la tarde viendo la televisión.
- Florencia.- Dijo Eugenia. –¿Claudia planea torturar con cosquillas a la chica que hemos secuestrado?-
- Sí.-
-¿Sabes por qué?- Volvió a preguntar.
- No lo sé con exactitud. Creo que tiene que ver con un contrato que perdió en manos de la madre de la muchacha. Y ahora quiere desquitarse.- Explicó Florencia. – Supongo que quiere una compensación económica por ello.-
- Sí puedo entender eso. ¿Pero por qué quiere torturarla? ¿Y por qué haciéndole cosquillas? ¿No es muy raro todo eso?- Preguntó Eugenia.
- Bueno... sí. En eso tienes razón. Pero a Claudia le gusta hacer cosquillas. Es como una especie de fetichismo o algo parecido. Y la verdad, que tener a alguien a tu merced, es bastante divertido.-
-¿Te parece?- Acotó Eugenia.
- Me divertí haciéndote cosquillas. Tanto que me quedé con ganas de hacerte más.- Dijo Florencia. -¿Cómo te sentiste tú?-
- A mí no me gustó nada. Es una sensación horrible. Siempre me hicieron cosquillas, pero nunca me había atado ni nada parecido.- Comentó Eugenia.
-¡Que interesante!- Dijo Florencia, terminando la conversación.
Mientras tanto, en las oficinas de Beatriz, la mujer recibía la nota confirmando el secuestro de su hija. No se pedía rescate, pero se mencionaba que el motivo era la venganza. También se hacía referencia al deseo de Claudia de torturar a su hija hasta el límite pero sin lastimarla, solamente haciéndole cosquillas.
Como madre, Beatriz sabía muy bien lo terriblemente cosquillosa que era Romina. No podía permitir que la torturaran de esa manera. Parte de la venganza de su rival sería mantener a Romina prisionera y padeciendo las cosquillas sin fin, pero no tenía seguridad que no fuese lastimada, o algo mucho peor. Con ese motivo, y sin querer recurrir a la policía para no agitar su mala relación con Claudia, decidió llamar a un grupo de investigadoras privadas. Tres mujeres que tenían gran prestigio en la resolución de temas como este, y cuyos servicios había contratado con anterioridad por otros asuntos.
Daniela, una hermosa rubia de ojos verdes. Cabello largo hasta los hombros, y un metro sesenta y cinco de estatura. Una mujer verdaderamente hermosa. Stella Maris, otra rubia pero de ojos marrones. Un metro sesenta de altura y buena figura, con encantadora sonrisa. Y Andrea, una pelirroja de cabello corto, también de ojos verdes, con piel pálida buenos pechos y una figura más que interesante, concurrieron a la cita con la empresaria.
Luego de compenetrarse con la situación, decidieron tomar el caso, y comenzaron con la búsqueda del paradero de Romina, siguiendo los pasos de Claudia.
Continuará... sí quieren.